Bien de cada uno y bien de la sociedad argentina
En cada templo de cualquier religión se están haciendo desde hace años y meses se hacen recolecciones de víveres, ropas, calzados, medicinas, y otros elementos necesarios para una vida de mínima dignidad. Así las religiones están mostrando como se reconstruye un país en concreto, sin demasiadas palabras.
En realidad, estamos cansados de palabras «públicas» que no coinciden con la realidad. Preferimos los gestos. Nuestros políticos, empresarios y economistas no han hecho ningún gesto importante de renunciamiento. Por eso, ha llegado la hora de que los miembros de la sociedad civil, en particular los que creemos en Dios, mostremos lo que se puede realizar sin declamación. El pueblo ha quitado la confianza a los dirigentes, porque no han sabido ser recíprocos a esa confianza.
Conocemos la realidad de nuestro país. Los obispos españoles en una memorable carta «Argentina nos duele» han mencionado cifras para hacer temblar a cualquiera. La Argentina ha saldado ya 25 veces la deuda externa con el pago de los intereses de la deuda, que sigue ascendiendo a 164.000 millones de dólares. El premio nobel de economía Joe Sitgliz ha entablado una polémica con el Fondo Monetario Internacional sobre los muchos errores cometidos en la relación con la Argentina. Los argentinos tienen en el exterior 130.000 millones de dólares. Hay en nuestro territorio 3.400.000 jubilados, que han sido despoja dos injustamente de sus haberes. Hay 2.400.000 de desocupados sin subsidios. Hay 8 millones de personas que viven con salarios míseros y hay 3 millones que viven en la pobreza extrema (les falta lo necesario para vivir y carecen de la mínima atención social). El 40% de los niños del país no está bien alimentado, lo que significa hipotecar nuestro futuro, porque hasta los 12 años los niños deben recibir cuotas suficientes de alimentos nutritivos para que puedan desarrollar su cerebro y hacerlo fructificar. ¿Cómo se posible que esto sea así cuando un huevo cuesta sólo 5 centavos?
La Argentina ha llegado a esta decadencia, pues desde hace años los ciudadanos se despreocuparon de lo que hacían los políticos y se dedicaron a cuidar «la propia quinta», sin pensar en los demás. Sólo podremos salir de la ruina, cuando volvamos a hacer fuertes los vínculos entre los que convivimos en este suelo, y recordemos los «valores» a los tecnócratas, burócratas, políticos, periodistas y empresarios. Los hombres religiosos somos los especialistas de los valores y es nuestra tarea reflexionar sobre ellos y proponerlos a la sociedad.
El único camino para fortalecer los vínculos y entregar los valores es aumentar la confianza y la reciprocidad entre las personas. Nos hemos acostumbrado a «usar» a la gente para nuestra conveniencia y a «descartarla» cuando no la necesitamos. Sin reciprocidad no hay vínculos estables. Y sin vínculos desaparece la sociedad y quedan sólo políticos y economistas que hacen lo que quieren, en especial no respetar las leyes, ni nuestra propia realidad. Cuando falta la confianza y reciprocidad, no nos interesa cómo sobreviven los demás, sino sólo nuestro bienestar material. Ahora bien, mucho más importante que el bienestar material es la libertad, la honestidad y la amistad social.