Ante la tragedia de noviembre de 2017
Los tristes eventos de noviembre pasado me trajeron a la memoria unas palabras del Papa Pío XII que nos harán bien leer:
Queridos hijos, consideren lo que sucede en una noche de tempestad. Parece que la naturaleza se descompone y llega a su fin, sin esperanza. El caminante perdido no tiene ni siquiera la débil luz de las lejanas estrellas para armarse de confianza y dirección; las plantas, las flores, todo el palpitar de vida está escondido en la sombra, sombra casi de muerte. ¿Cómo será posible despertar el canto y el perfume? Parece que cualquier esfuerzo sea inútil: los seres no se reconocen en la oscuridad, el camino no se encuentra, las palabras se pierden con la furia de la tormenta. Y sin embargo, todos los elementos permanecen; en el fondo de la tierra hay un temblor de espera; las semillas gimen en el sufrimiento; los pájaros del aire tienen firmes sus alas, deseosas de abrirlas para volar libres: pero nada puede moverse. Entonces, desde el este aparece una tenue claridad; el fragor del relámpago se calma; el viento despeja las nubes y aparecen las estrellas; es la aurora. El peregrino se detiene; una sonrisa aparece en un rostro cansado, mientras los ojos ardientes se iluminan de esperanza. El cielo se vuelve púrpura, se suceden con rápido ritmo los colores que poco a poco empalidecen; un último temblor, un movimiento, un brillo: sale el sol. Se mueve la tierra, despierta la vida, se eleva un canto.
Estas palabras del mensaje de Pascua de 1957 nos llaman a la esperanza: “Todo se pasa: Dios no se muda”.