ADVIENTO: qué es y qué no es la castidad
La razón para conectar el Adviento y la virginidad es compleja: primero, subraya que Jesús, siendo el hijo de Dios encarnado, no tiene un padre humano. En segundo lugar, y clave según la espiritualidad del Adviento, es la idea de que el Mesías solo podría salir del vientre de una virgen porque para que algo «divino» naciera, primero debería tener lugar un tiempo adecuado de espera, una castidad adecuada.
Necesitamos tener una comprensión adecuada de la castidad. La castidad no es algo específico del sexo. Se trata de cómo experimentamos y vivimos cualquier realidad. Ser casto es vivir respetando como es debido a los demás, a la naturaleza y a Dios. Uno es casto cuando nuestras propias necesidades, deseos, metas e impaciencia no se interponen en el camino: aceptamos que un regalo sea un regalo, que el prójimo sea distinto y que Dios sea Dios.
Podemos aprender esto mirando lo contrario de la mirada casta. Falta castidad cuando, por cualquier motivo (falta de respeto, falta de reverencia, impaciencia, egoísmo, insensibilidad, inmadurez, caprichos, desorden interno, falta de estética) nos relacionamos con los demás, la naturaleza o Dios de tal manera que no pueden ser plenamente quiénes y qué son, de acuerdo con sus propios ritmos y valores únicos. Hacemos esto cuando nos dejamos dominar por la impaciencia y la falta de respeto.
Ser casto significa saber esperar de modo adecuado. Por eso una de las ricas símbolos del adviento es la de preparar el vientre de una Virgen para que Dios pueda nacer de manera adecuada. El Adviento nos llama a la paciencia, para soportar la frustración que sentimos cuando debemos esperar mucho lo que deseamos.
En uno de los libros de Carlo Carretto, escrito desde esta soledad del desierto, sugiere que quizás lo más importante que Dios está tratando de decirnos hoy, en todas partes, es esto: ¡Ten paciencia! Aprende a esperar, por todo: los unos a los otros, el amor, la felicidad, a Dios.
P. Ron Rohlheiser