Catequesis

4° Domingo de Cuaresma: La huida de Dios.

“El hombre ha huido de Dios en todos los tiempos. Lo que distingue, empero, la huida de hoy de la de cualquier otra época es lo siguiente: antiguamente lo predominante era la fe, que existía antes del individuo. Había un mundo objetivo de la fe, y la huida tenía lugar meramente dentro de cada individuo. Ésta se producía de la siguiente manera: el individuo, por un acto de decisión, se desligaba del mundo de la fe, pero tenía que crearse su propia huida si quería huir.

Hoy acontece al revés. La fe, como mundo objetivo circundante, se ha derruido. El individuo tiene que crearse a cada instante la fe con un acto libre, desligándose al mismo tiempo del mundo de la huida. Pues es la huida y no la fe la que constituye el mundo objetivo que rodea al hombre, y cualquier situación en la que éste se halle es de antemano situación de huida, totalmente independiente de él, sin que él la haya creado como tal. Todo lo que existe acá abajo reviste forma de huida. Transformar cualquier situación de huida por un acto libre de la voluntad en una situación de fe resulta posible, pero difícil. Y cuando alguien logra evadirse del mundo de la huida refugiándose en el de la fe, lo consigue tan solo él, de manera individual. El mundo de la huida existe independientemente de su voluntad…

En el mundo de la fe el hombre nace para crecer y desarrollarse en ella. El nacimiento es el comienzo de este desarrollo. En el mundo de la huida, en cambio, el nacimiento es el fin del desarrollo. Todo lo que es crecimiento parece encontrarse antes del nacimiento; y ahora, al nacer, comienza algo nunca visto: la huida. El nacimiento es el salto a la huida”.*

*Ciertamente “el mundo” siempre ha sido una huida de Dios, pero antes el hombre consideraba esta huida como culpa suya, engendrada por él de una manera inmediata. Se consideraba a sí mismo como causa de la huida. Hoy ésta se desentiende del hombre, se objetiviza en esta monstruosa huida que a cada instante tenemos ante nuestros ojos como un espejo del tiempo en que vivimos. Del mismo modo que los utensilios que diariamente usamos no proceden de manos artesanas, sino que son producidos en serie por fábricas anónimas, sin la concurrencia de una persona determinada, así también la huida de Dios, el pecado original, está ante nosotros como un objeto monstruoso, que entrega lista a cada hombre la huida de Dios, se la mete en la casa de su propia persona, sin que el individuo necesite realizar para ello un acto pecaminoso especial. La huida de Dios no es lógica consecuencia de determinados actos particulares, sino permanente ejercicio de la huida, que fluye por sí mismo. La huida está como industrializada. En esto consiste su carácter monstruoso, que nunca antes se había dado.

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